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1 de enero de 2020

Nadie quiere la noche - Isabel Coixet




Probablemente, Isabel Coixet, nuestra directora catalana, tenga mayor renombre fuera de las fronteras de España. Y eso es una pena porque es un nombre y una mujer que deberíamos conocer, que no deberíamos juzgar. Con Isabel Coixet me siento abrumada por su talento y su visión, por como ve a las mujeres y como las representa, porque ella educa, quiero que las niñas del mañana crezcan habiendo conocido lo que ella tiene que contarnos.



Nadie quiere la noche es la segunda película de Isabel Coixet que me encanta. Os lo dije en mi especial de películas, cuanto más conozco a Isabel Coixet, más me doy cuenta de lo feministas que son sus películas y las maravillosas historias que cuenta en ellas. Isabel Coixet está enamorada de la fuerza de las mujeres, no puedo creer como he vivido antes de 2019 sin conocer realmente a esta directora de cine. Con La librería y con Nadie quiere la noche me ha hecho sentirme profundamente orgullosa de ella, representada y valorada en sus historias, en las emociones que proyecta, y en como consigue que sus intérpretes femeninas se dejen la piel en sus personajes. 


Pais: España
Año: 2015



1908, Canadá y Groenlandia. 

Josephine Peary (Juliette Binoche) es una mujer de alta cuna que tanto como atesora su vida en los países civilizados, también ama con locura a su marido, el explorador Robert Peary (Gabriel Byrne), y amarle a él significar amar el Ártico, el polo norte y emprender locuras por él. Ambos llevan más de 20 años casados, tienen dos hijos en común y Josephine siente que o va a buscar a Robert o él nunca volverá de allí con vida, pues está segura de que por primera vez logrará llegar hasta el mismísimo polo norte y colocar su bandera. 


Josephine emprende su aventura en Canadá con la compañía de un explorador y de varios esquimales y sus lobos, que se encargan de transportarlos y hacer el trabajo duro, pese a que creen que están cometiendo una locura viajando al Polo Norte con el invierno Ártico acercándose. En un punto del camino, lo más cercano, Josephine se queda sola, con la única compañía de una valiente esquimal, Allaka (Rinko Kikuchi). Al principio, Allaka le parece la persona más rara que ha conocido nunca pero poco a poco, se van descubriendo la una a la otra, y convirtiéndose en una parte vital de sus existencias. 


Lo que Allaka y Josephine viven juntas va más allá de todo lo que las separa: los prejuicios, la clase social, las costumbres y vida, la falta de educación sobre la identidad, raza e idioma de la otra. Ambas descubren que llevan a la misma persona en el corazón y aunque es un descubrimiento doloroso para Josephine conocer a Allaka es un regalo, porque en ella encuentra la definición del amor. Ante el invierno Ártico la una cuida de la otra, con la más absoluta de las fuerzas y la devoción, construyendo un vínculo que las une en la sangre y en la memoria. 



Película dirigida por Isabel Coixet con un guión de Miguel Barros, basada en hechos reales, y rodada en Noruega. Fotografía de Jean Claude Larrieu. 


Sin nota


Con La librería me enamoró perdidamente, con Nadie quiere la noche no sentí ese gigante cúmulo de amor en mí pero si que sentí que esta película era también trascendental, vital, especial, maravillosa, tan íntima que solo puedo aplaudir. Es que Coixet no se limita a dibujar una historia, sino que con el maravilloso y conmovedor guión de Miguel Barros, da nacimiento a una criatura viva, casi puedo sentir que si acerco mi rostro a la pantalla podré abrazar a Josephine y Allaka, podré sentir el hielo bajo mis pies, el frío en mis mejillas, y el amor universal. Josephine y Allaka son dos criaturas reales, robadas al tiempo, que abrazan la diversidad. 

Volví a darme cuenta de que Isabel Coixet tiene un don, el don de hacernos protagonistas absolutas de sus historias con un corazón y una emotividad que me hace temblar. Siento que embarcarse en una película de Isabel Coixet es permitir que una mujer maravillosa entre en tu vida y la enriquezca, y eso no se puede decir siempre. Con ella no siento la corriente y simpleza de otras historias, siento que me está descubriendo la lucha y los secretos más íntimos de mujeres, que a pesar de las diferencias, podría llamar hermanas. Ese es el don Coixet, que escribe historias universales, feministas, emponderadas, libres, especiales. 



Yo le agradezco a Amazon y a mi curiosidad por Isabel Coixet haberle dado al play, haber decidido formar parte de esta aventura íntima y fascinante, y haber llevado de la mano a mi madre, que como yo y muchas, teníamos prejuicios. No sé porqué, pero a primera vista, sin haberle dado una oportunidad parece que será una aburrida película, aquella que llena de machismo ya nos han contado antes, y nada que ver, es un regalo que se nos hace, y es un regalo que tanto la directora como el guionista como las maravillosas intérpretes se hicieron a si mismas. Hay historias que no avisan, que no te dicen que te van a hacer temblar, pero que lo hacen, que comienzan por tus pies, hasta llegar a las raíces de tu corazón, y crean maravillosas endorfinas en tu cerebro.

Estoy tan feliz y orgullosa de poder rememorar con tanto amor y cariño esta joya, es que no es la común de las historias, nace y se cultiva en el corazón, y viaja entre el frío y la emoción de corazón a corazón. De algún modo, si, me enamoré también de Nadie quiere la noche, me encantó poder desaparecer del mundo y encontrarme dentro de la pantalla, contemplando entre lágrimas e ilusión esa historia desconocida asentada en la realidad. ¿Cómo puede ser que no conociéramos a Allaka y Josephine? ¿Que no supiéramos de la grandeza de sus gestos, de la íntima conexión espiritual que vivieron? 



Necesitamos, como ha hecho todo el equipo de Isabel Coixet, que nos recuerden que somos listas, importantes, especiales, valientes, que somos capaces del amor más puro y de las grandes heroicidades, que sin importar si 1908 está a 112 años de distancia esas son nuestras hermanas y de ellas hemos heredado la fuerza y la lucha. Y cómo no, que nos recuerden que un hombre no es más que otro ser humano y que nosotras somos más que suficientes para dar, sostener y pelear por y nuestras vidas. Ya era hora de que se desidealizara el papel de los hombres como el sostén de las mujeres, nosotras somos suficientes y somos necesarias, no los necesitamos para sobrevivir, simplemente a veces elegimos amarlos, pero también debemos amarnos a nosotras y entre nosotras.



También Allaka y Josephine estaban atrapadas en los cuentos e idealizaciones sobre los hombres y el patriarcado, pero ellas se arriesgaron, asumieron retos, sí, por amor a un hombre, pero en esta aventura que les cambió la vida, descubrieron que este hombre no era el príncipe que creían (ambas eran sus "mujeres") pero nunca jamás lo insultaron o lo odiaron, orgullosa  estoy de que no caigan en patrones dañinos. Lo que sí que hacen es vivir la revelación, que ante el Ártico Polo fueron ellas las que se salvaron a sí mismas, que ellas eran fuerza y vida, eran universo y estrellas, eran efímeras pero trascendentales. Eran valiosas, feministas, emponderadas, importantes, que su delicadeza y amor se convertiría en el salto al vacío de su fuerza. Porque ante la crueldad y el salvajismo de la naturaleza en su expresión más dura y bella, ellas fueron las guerreras. ¿Cómo podían antes haber caminado por el mundo sin saber lo especiales que eran? (¿Y a cuántas de nosotras nos ha pasado eso, sin importar el siglo?)




Y no es sólo eso, en realidad es más trascendental que eso. A la vez que se descubren a sí mismas, se descubren la una a la otra, como mujeres y como representativas de una raza. Sus modos de pensar y de vivir chocan y de ese diálogo nace un aprendizaje, un cambio. Nadie es de nadie, no se puede poseer a una persona como se posee en un momento un sentimiento, no se puede juzgar la inteligencia por el idioma que se usa, en el Ártico es más vital los propios conocimientos de Allaka pero Josephine también guarda conocimientos importantes sobre la maternidad y el alumbramiento. En el Ártico simplemente está lo que te hace sobrevivir y lo que no, lo mismo pasa con las clases sociales, con las convenciones, al principio Josephine puede aferrarse a sus ropajes, a sus comidas y bebidas, a cómo es educado comer con tenedor y cuchillo, cultura en sí misma aprendida, Allaka se aferra a lo que es bueno para sobrevivir, a cómo su ser es libre de toda atadura terrenal, y aprecia un día de sol que caliente su cuerpo. Ambas debaten sobre sus ideas, sobre lo que el mundo las ha enseñado, lo que consideran que es el amor y la felicidad y ambas tienen razón, ese diálogo de diferencias comienza a ser un diálogo de descubrimiento, entendimiento, y aprendizaje, y poco a poco, dos extrañas se conocen y se aman, como hermanas que no sabían que eran. Probablemente el hilo rojo del destino de las leyendas japonesas también se pueda aplicar a ellas, porque el vínculo que ambas construyen, ese sentimiento de amor y de valía, de importancia trascendental en la vida de la otra, no tiene nada que envidiarle al amor romántico. 



Allaka y Josephine representan la intimidad espiritual y el vínculo sagrado, y esa conexión no solo las une a ellas sino a nosotras con ellas. Son nuestras hermanas, nuestro orgullo. Es imposible no querer a Josephine y las risas que nos regala, es también imposible no querer a Allaka y sus enseñanzas sobre el amor. Y es imposible que ellas dos no se quieran. Si estuvieran en Londres o en Toronto no se habrían dado la oportunidad de conocerse, de quererse, de vivirse la una a la otra, pero sus elecciones, su vida juntas en la tundra, en ese invierno polar, las obligó a convivir y ellas, siendo amor, después de los prejuicios y del conflicto de amar al mismo hombre y alumbrar los niños de esa misma persona, crearon un vínculo. 



Comprendieron que no eran rivales, que no debían competir entre ellas y que nadie es propiedad de nadie, juntas sintieron y entendieron lo que es el amor: comunicarse, abrazarse, reírse juntas, alimentarse la una a la otra, cuidar de la otra cuando el frío lo consume todo, proteger a su hermana y a su criatura, despertarse feliz porque en el lugar más bello y trascendental todo se puso en su sitio, ellas volvieron a nacer con el amor que sintieron la una por la otra. Ese vínculo sagrado las unirá de por vida, en la sangre, los recuerdos, el corazón, en la mentalidad y en como vivir. Si pudiera elegir, las viviría más que un par de horas, no las obligaría a despedirse, las quiero siempre juntas. No puedo describir con más palabras, solo con sentimientos, lo feliz y conmovida que me hacían sentir, lloré con ellas y por ellas, y me enamoré de su vínculo, de lo que aprendieron juntas y de cómo representaron la palabra amor incondicional. 



Debo destacar también la fotografía de esta película por Jean Claude Larrieu, la belleza de Canadá y Groenlandia (aunque en realidad fuera Noruega). Nunca sé cómo halagar la fotografía pero es preciosa y melancólica, salvaje. Perfecta.




Debo aplaudir a cada una de las personas que ponen rostro a esta película, las actrices sobre todo, Juliette Binoche y Rinko Kikuchi están espléndidas y maravillosas. No conocía previamente a Rinko Kikuchi pero transmite una complejidad emocional soberbia y me enamoré de su personaje. Juliette Binoche no me gustó en los últimos personajes en que la vi pero con esta película me ha encantado y siento que es la mejor interpretación de su vida 👏👏👏👏👏👏👏.



Mayu.

1 comentario:

  1. Hola gracias por la recomendación es la primera vez que leo sobre está está película tiene elementos que pueden gustarme. Saludos

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